domingo, 24 de mayo de 2009

Mujerzotas 4

Con gran dolor hoy he vuelto al barrio de mi infancia. Fui a visitar a mi asesor con motivo de la próxima declaración de Hacienda. Y ahí se acaba la pena porque, por lo demás, el lugar solo me trae buenos recuerdos.
He tomado uno con leche en un Ital Café que ocupa el local donde estaban los billares que fueron nuestro cuartel general a la salida del colegio.
Atravesé sin problemas el jardín. El mismo que un
guarda jurado vigiló durante años para impedir, a perdigonazos si era necesario, que los niños saltáramos la alambrada que lo rodeaba.
Una cosa no había cambiado. No del todo al menos. El Supermercado Total ya no se llama así pero al menos sigue siendo un supermercado. Fue el primero que conocí en mi vida. Una rareza mas de aquel barrio mío, fronterizo con la modernidad.

Pepi
En la avenida del general Perón han abierto un supermercado - Virgilio el de los ultramarinos, uno de los negocios más florecientes de mi calle, dio la voz de alarma.
El Marketing llegó a mi barrio antes que a otros. La proximidad de los grandes centros comerciales y de las oficinas de La Castellana y la calle Orense hizo que los del barrio se espabilaran ante el empuje de las multinacionales y se adaptaran a los nuevos retos del desarrollo.
Pepita la frutera, una profesional ambiciosa e innovadora, fue, sin ir mas lejos, la primera española en aplicar el sistema digital de medidas.

Pepi, rica, ese dedito...- denunció un día Nati la boqueronera cuando le pilló forzando el peso de las paraguayas a base de presionar con el dedo el platillo de la balanza.
La perspicacia de la boqueronera no desanimó a Pepi en sus intentos y, una vez mejorada la técnica, la medida digital sería un eficaz arma para paliar la guerra de precios.

Martina y Enriqueta
Con el desarrollo, el consumo se disparó en el barrio. Una economía más desahogada nos permitía, por ejemplo, que en una sola manzana tuviéramos dos piperas.
La señora Enriqueta y la señora Martina eran viudas y ninguna tenía pensión. Pero en todo lo demás eran completamente diferentes.

La señora Enriqueta - en otros tiempos, una segunda vedette del Martín- era una viejecita amable y limpia, de delantal almidonado, blanco e impecable como sus cabellos.
La señora Martina - en otros tiempos, una bruja- era una vieja greñosa, siempre de negro, siempre de mal humor, cuyo tufo, cuando no su lengua, hacía a más de uno cruzar de acera.
Por eso no era de extrañar que el negocio de la señora Enriqueta fuera mejor que el de La Martina. Así es como los niños las llamábamos, estableciendo en nuestra inocencia, dos clarísimos posicionamientos de mercado.
Para empezar, la señora Enriqueta tenía el puesto en la taberna - el tabernero no tuvo duda a la hora de elegir- lo que le aseguraba la clientela y le permitía trabajar a diario aun en los días más crudos del invierno.

No estoy muy seguro de que la adjudicación de la concesión de la taberna fuera lo que tenía tan enfadada a La Martina. Y es que, si bien insultaba a su colega en cuanto aparecía, también es cierto que hacía lo mismo con todo el que tuviera el valor de acercarse a su puesto. La madre que te parió solía ser el comienzo de una larga retahíla de juramentos con los que recibía cualquier petición que, indefectiblemente, nunca era la que le venía mejor.
Como quiera que la señora Enriqueta se había especializado en tabacos - el producto más cercano a su área de negocio: la tasca - la Martina había buscado su hueco de mercado en los productos infantiles.

La infancia marginada, los niños del barrio, no teníamos pues otra opción que afrontar el pestazo de su puesto.
Nos pinzábamos la nariz con dos dedos y, siempre por detrás para ocultarle este gesto, nos acercábamos hasta ella:
- Un paquete pipas.
- ¡Ay! ¡Qué susto, jodío! ¿Dónde está
s cabronazo? ¡Quieres hablar claro, maricón...!
No hace falta decir que Enriqueta tenía más simpatías en el barrio pero Martina, indudablemente, daba más juego. Era, por ejemplo, la única mujer que habíamos visto mear de pié. Algunos, incluso, la única mujer que habíamos visto orinando. Se abría de piernas junto al sumidero de la alcantarilla, a un paso del puesto, y ¡hala!...
Pues eso, que cada una tenía su marketing


Y TAMBIÉN:
Mujerzotas 1/ Mujerzotas 2/ Mujerzotas3

1 comentario:

PATSY SCOTT dijo...

¡Cualquiera se atrevería a robarle pipas a la Martina!