Cuántas películas había en aquellos cines de sesión contínua… Y no me refiero a las que proyectaban en la pantalla. Esta es una. Vendrán mas.
Durante las largas temporadas en las que ella y Julio el fumista estaban enfadados, Asun mataba las penas y el hambre a oscuras, con pipas y Fu Manchu.
Lo único que unía a Asun y Julio Caña era su mutua fascinación por las películas de Fu Manchu. Bueno, también el sexo: De ESO no puedo quejarme es el único comentario positivo que se recuerda que Asun haya hecho sobre su marido.
Por lo demás, salían a bronca diaria que, o bien desembocaba en soberana paliza, o bien en sexo duro. En estas ocasiones, si por casualidad ponían en algún cine del barrio una de Fu Manchu, remataban la reconciliación, muy arrimaditos, viendo chinos.
El magnetismo de aquellos ojos rasgados en blanco y negro hacía sentir a Asun verdadero pánico pero, al mismo tiempo, todo aquel misterio oriental le atraía y le excitaba compulsivamente. Y claro, el que las pagaba era Julio. Ya una vez, una acomodadora del Astur pilló a Asun escondiendo la cabeza aterrorizada sobre la bragueta del fumista.
-Señora que es mi marido -como tuvo que decirle.
Claro que no siempre les pillaron y, en una sesión doble, en un palco del Europa, entre el susto y el éxtasis, engendraron a Julita bajo la mirada, a toda pantalla, de Fu Manchu.
Treinta años y nueve meses más tarde, Julita era ama de casa y esthéticienne. Las uñas larguísimas. Había sustituido sus cejas totalmente depiladas por dos largas líneas de lápiz oblicuas disparadas al infinito sobre la frente. Pelo azabache. El maquillaje blanco y en los ojos un exagerado rabillo negro, daban a Julita un aspecto inquietante, misterioso y muy comercial.
Ju-Lí, como se hacía llamar profesionalmente, se había hecho una reputación en el Barrio de Moratalaz. Había instalado en una de las habitaciones de su piso un gabinete con toda clase de aparatos, potingues, cremas y un artilugio entre cama de hospital y sillón de barbero. Las clientas lo llamaban bromeando el potro de tortura.
-¡Ay! Juli, hija, ¡no seas sádica!, se quejaban durante las sesiones de depilación eléctrica (Lo más parecido a la picana, la aplicación de la moderna tecnología al martirio chino)
Cuando su madre, Asun, viuda al fin y felizmente instalada en casa de su hija, escuchaba desde su cuarto el silbar del torno eléctrico, una dulce sonrisa se dibujaba en su rostro mientras alzaba la mirada hacia el viejo cartel amarillento que ocupaba el lugar del crucifijo sobre su cama: LA HIJA DE FU MANCHU. Próximamente en esta pantalla.
Julio Romero de Torres (1874 - 1930)
Hace 2 semanas
3 comentarios:
Gracias por tu visita... gran descubrimiento tu web, la visitaré de vez en cuando.
Yo también me vi las de Fu Manchú con mi hermano en la sesión de matinée, como le decían en mis pagos.
Cuando nos peleábamos y me amenazaba con un "nena, que te hago una tortura china, eh" yo le contestaba ¿nene, vos quién te creés que sos, Fu Manchú?
Me encantan tus historias. Beso.
Gracias por la tuya Vulcano.
Gracias Patsy. Por estos pagos los hermanos amenazaban con el "martirio chino". El cambio de tortura a martirio debía ser consecuencia del nacional catolicismo.
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